Endogamia académica: ¿ignorancia pluralista o ignorancia estratégica?

 



Autor: Hugo Viciana


El propósito de esta entrada no es desglosar una vez más los vicios asociados a la endogamia académica, cuestión que en España toca temas como la eficiencia y optimización del sistema público universitario y de ciencia, la no discriminación en la contratación según el lugar de procedencia, los costes de oportunidad en términos de innovación y bienestar perdidos por las barreras a la contratación y libre concurrencia en el sistema público de investigación y desarrollo, etc.


Nada de esto será el tema de esta entrada. La cuestión más bien me parece interesante para este blog en tanto que apunta a casos en los que puede ser difícil distinguir la ignorancia pluralista de la ignorancia estratégica. Tomemos esta entrada, pues, como un ejercicio, en el que una realidad cercana puede servir a la construcción de teoría. Desde una perspectiva de epistemología aplicada también tiene que ver con cómo la descripción parcial de este fenómeno según un par de conceptos canónicos en epistemología puede tener distintas aplicaciones ya sea que uno u otro concepto sea más adecuado.

Un par de pinceladas rápidas sobre ambos conceptos son de rigor.


En una primera aproximación, la situación de ignorancia pluralista se da cuando la mayoría (de ahí lo de pluralista) de sujetos de un grupo siguen una norma que internamente no apoyan pero no son conscientes o conocedores (de ahí la ignorancia) de que un número lo bastante amplio de otros sujetos en realidad tampoco la apoyan. La situación en la que el profesor pregunta si no hay preguntas y nadie levanta la mano pensando ser el único que tiene una duda ha sido descrita como prototípica de la ignorancia pluralista. También la situación descrita por uno de los cuentos del conde Lucanor, Del rey y los burladores que hicieron un paño o más célebremente por Hans Christian Andersen en El traje nuevo del emperador. En psicología social, una de las pioneras en su estudio, Deborah Prentice, caracterizó la ignorancia pluralista como “una forma de desviación ilusoria: la sensación de no comulgar con la mayoría que cada uno de la mayoría tiene simultáneamente”. Alexis de Tocqueville en sus análisis sociales sobre el antiguo régimen y la revolución también teorizó estas situaciones para referirse al periodo en el que los cristianos, temerosos de manifestarse públicamente, creían estar en minoría. Como el teórico político Timor Kuran ha puesto de manifiesto en su descripción de regímenes en los que se daba la percepción de estar viviendo una mentira, la diferencia entre las preferencias (privadas) y las actitudes (públicas) da pie a este tipo de situaciones sobre todo en contextos en los que puede ser costoso comunicar las preferencias. Piensa en el “no hay preguntas estúpidas” de la profesora o en el niño del cuento de Andersen o el “negro” del cuento del conde Lucanor como contextos en los que se reducen dichos costes.


Por su parte, la ignorancia estratégica ha sido tratada de formas diversas en filosofía social y tengo que reconocer que no conozco un tratamiento sistemático (¿tal vez la inteligencia colectiva de esta red puede apuntar algo aquí?) salvo acaso en las propuestas revisionistas sobre el concepto clásico de autoengaño, como la de Alfred Mele. En pocas palabras, la ignorancia estratégica supone la decisión de ignorar algún aspecto de la realidad para su propia ventaja. Ya que aquello que constituye una decisión es hoy visto en filosofía de la mente con gran tolerancia ontológica y puede ir desde lo abiertamente consciente hasta lo inconsciente, las formas de la ignorancia estratégica irán desde acciones plenamente intencionales como adelantarse el reloj unos minutos para no llegar tarde, hasta acciones donde la intencionalidad está más diluida, como en la formación de creencias motivadas, desde el que está a dieta y no quiere ver si su helado preferido del supermercado está en oferta, al que pospone la visita a su madre porque no quiere atender a los deberes que implica el conocer sus problemas de salud. Puesto que a menudo saber implica deber, estudiosos de la ética de las organizaciones como Ann Tenbrussel y Max Bazerman han señalado cómo en la crisis de las hipotecas subprime o en la estafa piramidal de Bernie Madoff una serie de agentes de banca podrían haber sabido sin excesivo esfuerzo intelectual que sus prestamistas no eran solventes o que el negocio de Madoff no podía ser limpio, pero los incentivos, al menos a corto plazo, estaban alineados de cara a no recabar esta información. Alguna estudiosa como Linsey McGoey ha argumentado que la capacidad de aprovechar las incógnitas para obtener o acaparar poder es de hecho una estrategia lo bastante extendida e importante como para merecer una categoría propia de estudio y Teresa Marques apuntaba hace unos días sobre la gran relevancia de la ignorancia estratégica en el marco de la pandemia que estamos viviendo.


Con estas caracterizaciones puede ya distinguirse de un modo preliminar el alcance de ambos conceptos. Si la ignorancia pluralista (“¡todos lo hacen! ¡todos lo apoyan!”) supone un error en la comparación social (entre como percibe el agente sus preferencias y las del grupo), la ignorancia estratégica (“¡prefiero no saberlo!”) supone la decisión de no atender a algunos aspectos de la situación y permanecer en ignorancia respecto a los mismos para obtener una ventaja.


Un enfoque actual contra los problemas de ineficiencia agregada causados por la práctica de la endogamia académica en España viene a inspirarse de la idea del viejo cuento de disolver la ignorancia pluralista: básicamente, la falta de consideración de los efectos agregados de la práctica endogámica en términos de los (siempre difíciles de visualizar por contrafactuales) costes de oportunidad, unida a la percepción de que “todo el mundo lo hace fomentaría tanto una percepción de inocuidad relativa, como la idea de que no se da sanción social a la práctica, sino más bien apoyo implícito. Como resultado se genera un más alto precio aún a la lealtad, ya que, cuando “todo el mundo lo hace” la consiguiente reducción de la movilidad universitaria (la reducción de las “exit options” u opciones de movilidad) vuelve lo que está en juego más valioso todavía. Frente a esto se ha propuesto la publicación de “listas de centros más endogámicos” que separen a los más o menos justos de los más o menos pecadores. ¿Por qué? Si la gente de la academia se posicionara abiertamente contra la endogamia o se deshiciera la sensación de que “todos son iguales”, sería menos costoso señalar que el emperador está desnudo y el velo de la ignorancia pluralista se caería.


A no ser que... la ignorancia estratégica sea un marco más apropiado de comprensión. La ignorancia pluralista y la ignorancia estratégica tienen más en común de lo que habitualmente se ha escrito al respecto. Después de todo, los súbditos del emperador tenían incentivos muy fuertes para no deshacer su ignorancia pluralista, algo que forma parte del cuento desde, al menos, la versión del infante Don Juan Manuel, en la que se nos cuenta que los sastres comunicaron públicamente harían un traje que solo los que son verdaderamente hijos de su padre podrían ver y Andersen nos dice que los tejedores comunicaron públicamente que la tela no podría ser vista por aquellos que son ineptos para su cargo. De hecho, los costes de romper la ignorancia pluralista son parte intrínseca del cuento, tanto es así que me resulta llamativo que en filosofía haya sido un ejemplo canónico para ilustrar la ignorancia pluralista pero no la ignorancia estratégica.


¿Y en el marco de la endogamia académica en España? Si la ignorancia estratégica fuera una reconstrucción racional apropiada creo que una serie de predicciones serían esperables: Las universidades contarían con diversas y a menudo potentes oficinas de comunicación y difusión pero nunca las utilizarían para publicitar las plazas como lo haría un publicista o una oficina de captación de talento. No se daría una percepción generalizada del hecho de que la universidad y los organismos públicos de investigación son en España de las organizaciones más eficaces a la hora de discriminar contra el talento extranjero, con barreras discriminatorias, incluso contra la contratación de nuestros conciudadanos de la UE. Se mantendría, en muchos casos, un diseño de los concursos públicos y de las comisiones de baremación para el acceso a las plazas académicas de la universidad, favorecedor para el candidato local así como, por lo general, una interpretación laxa de los conflictos de intereses. Asimismo organismos que tratan de recopilar datos e información sobre las tasas de endogamia de las distintas universidades encontrarían obstáculos. Un ministro de universidades que se habría posicionado anteriormente sobre lo idóneo de medidas drásticas contra las prácticas endogámicas (al modo de las limitaciones estrictas de la Hausberufungsverbot alemana), dejaría caer dichas propuestas al llegar al cargo, sin que nadie de dentro se lo hiciera notar. Todas estas predicciones, me parece, se cumplen.


La cuestión es: ¿bastaría plantear estas cuestiones públicamente, por ejemplo por parte de algún/a profesor/a en un claustro o una junta del PDI? ¿Sería como en el cuento de la ignorancia pluralista? La hipótesis alternativa de la ignorancia estratégica solo puede ser plausible en la medida en que los beneficios de la endogamia académica existan para los actores internos y atender proactivamente a esta cuestión sea algo potencialmente perjudicial para dichos actores. Sabemos que para los rectores, en su actual sistema de designación, dichos beneficios y riesgos son reales y que así no es raro que desde su oficina se creen distingos entre una endogamia buena (generalmente la suya) y una mala (generalmente la de los demás), como si del colesterol se tratase. Para los miembros del claustro, en la medida en que se implemente la conocida filosofía del sargento chusquero, de que a cada cual le acabe llegando su turno, también se da similar estructura de beneficios y riesgos. (En esto parece una dinámica distinta a la descrita recientemente por los filósofos Jason Brennan y Philipp Magness en su crítica a los campus norteamericanos). Según esto, tanto designadores como designados tienen interés en mantener el equilibrio. E incluso también aquellos que no lo son pero pueden tener un interés preponderante en esperar a que les llegue su turno. Esto permitiría explicar que, como en el caso de Bernie Madoff o las subprime, los agentes que en mejor posición están para recabar la información relevante también son en general aquellos que más pueden beneficiarse de no hacerlo. ¿Por qué? Por distintas asimetrías entre costes y beneficios en el caso de la endogamia. Por un lado, a cada instancia individual el coste se percibe como pequeño y el beneficio como sustancial en términos individuales (recompensa de las reciprocidades previas) o incluso morales (el deber de lealtad), además los costes se dan a otro nivel, el agregado o colectivo, además de en otra escala temporal, en una especie de tragedia de los comunes.


¿Por qué esta distinción conceptual es relevante? A un nivel de mero ejercicio didáctico en filosofía, me sigue resultando llamativo que la historia de Andersen El traje nuevo del emperador se utilice como ejemplo canónico de ignorancia pluralista sin subrayarse los elementos igualmente representativos de ignorancia estratégica intrínsecos a la historia. Lo que apunta a que ambos fenómenos comparten una base común en algunos casos prototípicos. A un nivel más aplicado, si la publicación de listas de centros más endogámicos será eficaz per se o no es algo que puede depender de si su utilidad se enfoca más hacia meramente tratar de deshacer la ignorancia pluralista o más bien hacia aumentar los costes potenciales de permanecer en la ignorancia estratégica. Como la filósofa Gloria Origgi y el sociólogo Diego Gambetta han mostrado, el reforzamiento activo de equilibrios deficientes por parte de las partes que lo sustentan puede ser extraordinariamente persistente.


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